martes, 1 de abril de 2008

Aurora


Aurora

A veces parece estar lejos, mientras su mirada se pierde en el vacío en espera de encontrar una razón, una respuesta.

Mantiene su mirada fija en el horizonte, mientras que el Sol se luce una vez más con su efímera muerte espectacular. El Astro de fuego teñía los cielos de matices anaranjados y rojos mientras continuaba su suicidio diario y se sumergía en las frías aguas del mar.

Ella, continuaba contemplando el horizonte, ahora decorado con aquel inolvidable crepúsculo.

Aquel crepúsculo que marcaba el fin de un capítulo.

Aquel crepúsculo que estaba destinado a ser el último de aquella historia de amores perdidos, promesas olvidadas y palabras vanas que se preparaban para desaparecer en el fuerte viento de aquella tarde de otoño.

Su cabello, negro como la oscuridad de la noche que pronto la acompañaría, danzaba al compás de aquella brisa que rozaba suavemente su delicada y pálida piel.

Sus ojos, sin un color definido, pues todo un arcoíris de sentimientos confusos se anidaba en ellos, se encontraban cristalizados por el brillo infinito de una lágrima nunca derramada. La calidez de su mirada estaba extraviada y, ahora, aquellas ventanas a su alma se encontraban tapizadas de agonía y desesperanza.

La Luna, plateada y espléndida, intentaba de todas las maneras posibles opacar la belleza de aquella mujer, pero le era imposible; pues, a pesar de que la tristeza envolvía a aquella hermosa criatura, ella se mantenía delicada, a veces gentil, poseedora de sensuales y cautivadores movimientos que le otorgaban, sin duda alguna, el título de diosa.

Y así el manto de la oscuridad y las tinieblas de la noche cubrieron todo el territorio.

Y las aguas del mar pasaron de azul turquesa a negro, un negro que simbolizaba la perdición, la muerte de aquellos sentimientos oscuros que cual bella dama albergaba en su interior.

Y sus ojos se llenaron de aquellas aguas malditas que llegaban a las costas y se besaba descaradamente con la indefensa arena.

Misericordia! Nada más… Imploraba misericordia a un ser supremo del cual, no estaba segura si existía o era tan sólo un vago invento de su imaginación, creado para sentirse querida, creado para no sentirse asustada en los solitarios caminos de aquella fosa remota a la que le otorgaba el nombre de memoria.
Pero encontró un pedazo del viejo valor descansando a un lado del lúgubre sendero, lo tomó y se aventuró en aquellas fosas malditas que una vez acogieron a los recuerdos de color rosa y amarillo, recuerdos felices y sonrientes, recuerdos de la infancia alegre que nunca tuvo y nunca tendría.

Repentinamente aquellos bastardos recuerdos se ahogaron lentamente en conjunto con los pulmones de Aurora, aquella misteriosa y silenciosa mujer que acababa de contemplar el último crepúsculo de su sufrida existencia. Aquella extraña pero preciosísima mujer que, sin más razones que el dolor que cargaba en su interior, se lanzó al mar en espera de un consuelo, en espera de que el cloruro de sodio de aquel gran cuerpo de agua lavara aquel infinito dolor que había elegido su persona para descansar y vivir eternamente...

Cri Rivera.
Jueves, 4 de octubre del 2007.


*Photography by Terry Rowe.

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