lunes, 31 de marzo de 2008

Eternos Amantes


Eternos Amantes

El viento se encargaba de ondear la tela de su delicado vestido rojo sangre mientras caminaba, mas bien, flotaba al ritmo de las hojas que dejaban caer los árboles. Ella, hermosa e impecable, se dejaba llevar por los aires de aquella fría noche de otoño; a la vez que su negro y largo cabello flotaba, gracias a la suave brisa que lo acariciaba, se adentraba a través de un lúgubre sendero que la llevaría a un pequeño lago, rodeado por las últimas moradas de las almas más nobles y más ruines de las que había escuchado hablar en toda su corta vida.

Las nubes hacían el intento de cubrir la Luna pero, como diosa del cielo, no dejaba que su brillo y luz fueran opacados por simples gotas de agua suspendidas en la atmósfera. Al contrario, su reflejo iluminaba la superficie de aquel lago, misterioso y profundo. Frente a el pequeño cuerpo de agua dulce, un joven parado sosteniendo su chaqueta, contemplaba el sinnúmero de estrellas que vanidosamente se reflejaban junto a la Luna. Parecían pequeñas niñas coquetas imitando a su madre, cada una intentando brillar más que la anterior, tan sólo para llamar la atención.

Unas pisadas se escuchan detrás del joven de traje negro y corbata gris, quien inmediatamente se dio la vuelta y se quedó inmóvil observando como aquella doncella se movía junto con el viento mientras se acercaba a él. ¡Oh, cuanto había soñado con aquel momento! Se acercó un poco a ella y, luego de un formal saludo, tomó su mano. Suave era su blanca y exquisita piel, refinada la forma en que le entregó su mano al distinguido joven, de elegante porte. Luego de tomar la mano derecha de aquella joven, rodeó su delgada cintura con su brazo izquierdo y la atrajo hacía él.

Sintió la respiración de aquella dama tan cerca de su piel. Aquello le provocó robarle un beso, que después de un par de intentos, pudo obtener. Ella lo miraba tímidamente, mientras sus mejillas se tornaban de un rojo carmín. Los ojos de él brillaban al mirarla sonrojada. Se sentía como un caballero que acaba de obtener el primer lugar en un importante justa . Una vez terminada la ilusión del intercambio de miradas, él atrajo un poco más hacia su persona a tan preciosa dama que tenía entre sus brazos y, con tan sólo un movimiento, comenzaron a danzar bajo las vanidosas y coquetas estrellas.

Se movían al compás del apacible viento, mientras los grillos proporcionaban el ritmo necesario para que aquel baile de ensueño no terminara. Él disfrutaba mientras la sentía moverse entre sus brazos. Ella se dejaba llevar por el romanticismo y el sentimiento que la envolvía cada vez un poco más. Y así, al llegar la Media Noche, las campanas de una vieja iglesia comenzaron a sonar, y el viento se hizo más fuerte. La danza no cesaba y las nubes dejaron filtrar un rayo de brillante luz que los rodeó, a la vez que ella se dejaba caer hacia atrás con la elegancia de una bailarina profesional de Vals. Él, por su parte, la sostenía con ternura, de igual forma en que una niña sostiene su muñeca y confidente.

El viento bufó aún con más fuerza y ambos amantes perdieron el aliento a la vez que comenzaban a desvanecerse en la oscuridad de las tinieblas que comenzaban a apoderarse de aquel camposanto.

Finalmente, el viento cesó y ambos amantes se separaron a la vez que la luz que les proporcionaba la Luna se apagaba lentamente. Ella lo miró con sus ojos color esmeralda rebozados de una tristeza infinita. Él la consoló con tan sólo una tierna mirada cargada de amor, acto seguido, tomó su delicada mano una vez más y la guió hasta su morada donde, después de un apasionado ósculo, veló por que descansara pacíficamente. Inmediatamente después de haberlo hecho, volteó sobre sus pies y se encaminó hasta su propio mausoleo, donde ubicó su sarcófago y se dispuso a descansar durante cien años más, período que emplearía en planear su próximo encuentro con aquella, su hermosa doncella, su eterna amante...

Cri Rivera.
Viernes, 13 de julio del 2007.

*Photography by Pascal Renoux.

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